Estaremos de acuerdo en que el sustrato conceptual del dolor es tan complejo como la problemática que se relaciona con él. Se trata de un clásico en nuestra era, uno puede andar por la calle e ir dejando atrás conversaciones sobre dolor, molestias, incapacidades, sufrimiento físico y psíquico. Es común también que éste pase a formar parte del protocolo de saludo cordial: nos saludamos con un “¿cómo estás? y la respuesta pasa, en muchas ocasiones, por hacer algún comentario en el que aparezca la palabra dolor.

¿Se trata de un fenómeno aprendido por los miembros de esta sociedad? ¿Aprenden los niños estos protocolos hasta el punto de utilizar la temática como argumento sistematizado en sus relaciones interpersonales futuras?.

Los peques han aprendido que el dolor exime de responsabilidades, de obligaciones, de cosas que no apetecen: es lunes, hay cole: me duele la barriga. También me dolió la semana pasada cuando no me apetecía recoger mis juguetes… ¿Se traslada esto a la edad adulta cuando la racionalidad ha invadido ya nuestros cerebros? o peor aún, ¿sentimos ese dolor cuando estamos en desacuerdo con algún aspecto de nuestras vidas?

Tal vez debiéramos revisar esos conceptos antes de hablar de nuestras lesiones, tal vez sería interesante adentrarnos en las situaciones naturalmente relacionadas con el sufrimiento y analizar de cerca qué parte del dolor que sentimos se corresponde con el daño físico real, con el maltrato al que somete a nuestros cuerpos el frenético ritmo al que nos entregamos por seguir el segundero de nuestros relojes…

Quizás aprendamos a desaprender y el saludo a nuestros vecinos vuelva al clásico: “…se ha quedado buena tarde, ¿verdad?”